Don Vittorino me odia. Me odia porque dejé de consumir sus “sanguches” de pollo con mayonesa, y de queso con jamón. Les cuento la historia completa…
Desde que empecé a trabajar en las oficinas que tiene el banco en el centro de Lima conocí a don Vittorino, un señor trabajador que se dedica a la venta indiscriminada de desayunos en 2 de las principales sedes que tiene el banco: la torre de San isidro y las oficinas del centro de Lima. Nuestra relación comercial se inició un día en el que lamentablemente tuve que salir apurado de mi casa y no pude tomar desayuno, entonces, como a las nueve de la mañana me encontraba sentado frente a mi monitor, muriéndome prácticamente de inanición, me aventuré a aceptar los ofrecimientos que día con día don Vittorino me hacia al pasar por mi sitio: “Un sanguchito joven?”, “Un juguito de naranja?”, “Quizás… un cafecito?”…
- ¿A como está el pan con pollo señor?
- A dos soles nomás joven
Y sin esperar a que yo le dijera nada, ya me lo había colocado con gran precisión y destreza, en un lugarcito entre mi mano y el Mouse, como diciendo, “ya deja de trabajar huevon y comete un sanguchito”.
- ¿Y no quiere algo para que resbale?
- ¿Para que resbale?
- ¡Claro pues!... de repente un cafecito, tal vez un jugo de papaya fresca, o por ahí uno de piña…
- A ver… hmmm… que sea uno de piña pues
- ¡Perfecto!
Dijo don Vittorino y desapareció como por arte de magia, volteé a verlo y ya no estaba a mi lado izquierdo, me disponía a reanudar mis labores y esperar a que llegara luego con mi pedido, pero inmediatamente apareció por mi lado derecho sorprendiéndome una vez más… “Aquí tiene joven”, dijo con una sonrisa llena de malicia en el rostro, como divertido de haberme sorprendido con su extraña habilidad, que en adelante yo llamaría “la habilidad deslizante de don Vittorino”.
Al principio todo era felicidad en nuestra relación comercial, y desayunar en el trabajo se volvió una costumbre, todos los días a las diez de la mañana, Vittorino aparecía sorpresivamente por las puertas de la oficina, portando un azafate lleno de deliciosos productos “desayunarios”, valgan verdades, yo lo esperaba con ansias, y por supuesto, con mucha hambre. A veces incluso, habiendo desayunado en mi casa, me empujaba sin ninguna mesura, dos sanguches tamaño extra-large --uno de pollo con mayonesa y otro de queso con cavanossi-- y uno --¡y hasta a veces dos!-- jugos de papaya o piña. La falta de dinero en efectivo, no significaba ningún impedimento para consumirle a don Vittorino, ya que como él mismo decía, “Confiaba plenamente en sus clientes especiales”, y yo, por su puesto, formaba parte de ese exclusivo clan de consumidores, lo cual me llenaba --debo confesar-- de un sano orgullo.
***
Un día me levanté de mi cama y descubrí que todos mis pantalones para ir a trabajar estaban sucios, así que caballero, tuve que hurgar entre mis cajones de ropa sport, en busca de unos jeans salvadores que me saquen de ese apuro. Y fue así que, aun en calzoncillos, comencé a ponerme mis jeans, primero un pie, luego el otro, y cuando llegó el momento de cerrar la cremallera, descubrí estupefacto, que la porquería esa no cerraba, “Ya se achicó esta mierda”, pensé para mis adentros, y renegué mentalmente contra “la Fio”, por introducir sin hacer ningún caso a mis recomendaciones, toda mi ropa en la lavadora. Así que respiré hondo, metí la barriga y haciendo uso de algo de fuerza bruta, logré darle fin a ese incomodo tramite de colocarme el pantalón.
Pero ese suceso no fue el único que me indicó que algo malo sucedía, sucede que meses antes me había stockeado en liquidación, de varios politos manga corta de la marca A&F, de esos modelo “Muscle”, que te quedan un poco ceñidos al cuerpo, lo cual no representaba ningún problema para mi, porque yo siempre he sido de contextura delgada. Pero justo cuando llegó la ocasión de lucir alguna de esas aputamadradas prendas --era el cumpleaños de un amigo--, descubrí que en la parte baja abdominal, relucía insolente, un cinturón de grasa cuasiforme, una masa horrorosa y gelatinosa, que hacia que mi perfil luciera similar al de esos pobres niños somalíes a los cuales el vientre se les hincha por la cantidad de solitarias que llevan dentro, era aquel, un espectáculo totalmente denigrante para mi vanidad, inmediatamente me saqué el polo furioso, lo tiré al piso, lo pateé debajo de la cama, y por consejo de La K, asistí a la reunión con una camisa oscura de líneas verticales.
La decisión fue fácil y simple...
Desde que empecé a trabajar en las oficinas que tiene el banco en el centro de Lima conocí a don Vittorino, un señor trabajador que se dedica a la venta indiscriminada de desayunos en 2 de las principales sedes que tiene el banco: la torre de San isidro y las oficinas del centro de Lima. Nuestra relación comercial se inició un día en el que lamentablemente tuve que salir apurado de mi casa y no pude tomar desayuno, entonces, como a las nueve de la mañana me encontraba sentado frente a mi monitor, muriéndome prácticamente de inanición, me aventuré a aceptar los ofrecimientos que día con día don Vittorino me hacia al pasar por mi sitio: “Un sanguchito joven?”, “Un juguito de naranja?”, “Quizás… un cafecito?”…
- ¿A como está el pan con pollo señor?
- A dos soles nomás joven
Y sin esperar a que yo le dijera nada, ya me lo había colocado con gran precisión y destreza, en un lugarcito entre mi mano y el Mouse, como diciendo, “ya deja de trabajar huevon y comete un sanguchito”.
- ¿Y no quiere algo para que resbale?
- ¿Para que resbale?
- ¡Claro pues!... de repente un cafecito, tal vez un jugo de papaya fresca, o por ahí uno de piña…
- A ver… hmmm… que sea uno de piña pues
- ¡Perfecto!
Dijo don Vittorino y desapareció como por arte de magia, volteé a verlo y ya no estaba a mi lado izquierdo, me disponía a reanudar mis labores y esperar a que llegara luego con mi pedido, pero inmediatamente apareció por mi lado derecho sorprendiéndome una vez más… “Aquí tiene joven”, dijo con una sonrisa llena de malicia en el rostro, como divertido de haberme sorprendido con su extraña habilidad, que en adelante yo llamaría “la habilidad deslizante de don Vittorino”.
Al principio todo era felicidad en nuestra relación comercial, y desayunar en el trabajo se volvió una costumbre, todos los días a las diez de la mañana, Vittorino aparecía sorpresivamente por las puertas de la oficina, portando un azafate lleno de deliciosos productos “desayunarios”, valgan verdades, yo lo esperaba con ansias, y por supuesto, con mucha hambre. A veces incluso, habiendo desayunado en mi casa, me empujaba sin ninguna mesura, dos sanguches tamaño extra-large --uno de pollo con mayonesa y otro de queso con cavanossi-- y uno --¡y hasta a veces dos!-- jugos de papaya o piña. La falta de dinero en efectivo, no significaba ningún impedimento para consumirle a don Vittorino, ya que como él mismo decía, “Confiaba plenamente en sus clientes especiales”, y yo, por su puesto, formaba parte de ese exclusivo clan de consumidores, lo cual me llenaba --debo confesar-- de un sano orgullo.
***
Un día me levanté de mi cama y descubrí que todos mis pantalones para ir a trabajar estaban sucios, así que caballero, tuve que hurgar entre mis cajones de ropa sport, en busca de unos jeans salvadores que me saquen de ese apuro. Y fue así que, aun en calzoncillos, comencé a ponerme mis jeans, primero un pie, luego el otro, y cuando llegó el momento de cerrar la cremallera, descubrí estupefacto, que la porquería esa no cerraba, “Ya se achicó esta mierda”, pensé para mis adentros, y renegué mentalmente contra “la Fio”, por introducir sin hacer ningún caso a mis recomendaciones, toda mi ropa en la lavadora. Así que respiré hondo, metí la barriga y haciendo uso de algo de fuerza bruta, logré darle fin a ese incomodo tramite de colocarme el pantalón.
Pero ese suceso no fue el único que me indicó que algo malo sucedía, sucede que meses antes me había stockeado en liquidación, de varios politos manga corta de la marca A&F, de esos modelo “Muscle”, que te quedan un poco ceñidos al cuerpo, lo cual no representaba ningún problema para mi, porque yo siempre he sido de contextura delgada. Pero justo cuando llegó la ocasión de lucir alguna de esas aputamadradas prendas --era el cumpleaños de un amigo--, descubrí que en la parte baja abdominal, relucía insolente, un cinturón de grasa cuasiforme, una masa horrorosa y gelatinosa, que hacia que mi perfil luciera similar al de esos pobres niños somalíes a los cuales el vientre se les hincha por la cantidad de solitarias que llevan dentro, era aquel, un espectáculo totalmente denigrante para mi vanidad, inmediatamente me saqué el polo furioso, lo tiré al piso, lo pateé debajo de la cama, y por consejo de La K, asistí a la reunión con una camisa oscura de líneas verticales.
La decisión fue fácil y simple...
- Tengo que hacer dieta --le dije a La K llegando de la reunión--
- ¿Dieta? ¿Tu?... Ja!... eso tengo que verlo
- Y no solo eso… --añadí-- En adelante voy a salir a correr todas las mañanas… ¿Vamos? --le propuse entusiasmado, ya que por experiencia me parece que se corre mejor cuando vas acompañado--
- ¿Y la bebe? --me dice ella--
- La bebe no se va a levantar, además la vez pasada le enseñamos a llamarnos por celular ¿no?
- Si pero, ¿y si se olvida en el momento?, ¿y si se asusta?.
Ya no le insistí, La K, como siempre, le ponia trabas a todo ofrecimiento mío de hacer cosas juntos. Así que rápidamente, al día siguiente (que fue domingo) y a través del msn, conseguí una compañera trotadora que me acompañase en esta dura empresa que significaba bajar de peso: mi amiga Laurita (Laurita, es la única de mis amigas en quien La K confía plenamente, y la única estoy seguro, con quien me deja salir a solas, sin hacerme una incómoda escenita de celos), con quien acordamos empezar al otro día a las 6 de la mañana, “¿No puede ser mas temprano?” --le propuse--, “¿Mas temprano?, ¿y eso porqué ah?” --se extrañó Laurita--, “Es que me da roche salir a correr de día pues amiga, mejor salimos cuando aun no haya gente en las calles…”, --fueron mis justas razones-- “Ayyyy Pepe, no seas huevón, ¡Vamos nomás!”...
Así que ante tan justificadas razones (me dolió eso de “No seas huevón…”) acepté salir a correr al otro día a las 6 de la mañana con mi amiga Laurita.
***
Ya llevo diez días con esto de la “dieta” (pongo entre comillas la palabra dieta porque no estoy seguro de que lo que hago califique como una). Lo que hago, básicamente es: tomar como mierda de agua (dos litros diarios), comer menos, y controlar un poco lo que desayuno, almuerzo y ceno, tal es así que, he bajado la porción de arroz a la cuarta parte en todas mis comidas, no mezclo papa con arroz, le he bajado la azúcar a todos mis líquidos (normalmente le echaba 4 cucharadas de azúcar a mi taza de café, para que se hagan una idea), llevo un fin de semana sin consumir cerveza, y naturalmente quedaron prohibidos los panes de don Vittorino por las mañanas y las tardes.
No fue fácil abandonar la adicción que le tenía a aquellos deliciosos sanguchones y potentes jugos, pero tuve que hacerlo. De un momento a otro, y sin previo aviso, comencé a rechazar todos los ofrecimientos desayunezcos de don Vittorino, tanto por las mañanas, como por las tardes. Al principio don Vittorino aceptaba mi negativa de forma tranquila y resignada, pero al tercer día, el asunto ya parecía incomodarlo un poco, así que tragándose su orgullo y haciendo acopio de valor --me imagino--, me preguntó de forma educada, si es que me encontraba a dieta. “Así es don Vittorino, quiero bajar un poco la guata”, le dije en tono ameno y cordial, para que lo tomara de manera deportiva, “¿A dieta?”, repitió extrañado, y enseguida comenzó a mirarme de arriba abajo, luego de ello, añadió en tono burlón, “Pero dieta joven... ¡Ni que fuera usted mujer!”. No pude ni siquiera contestarle porque inmediatamente desapareció de mi lado, y con las mismas, más veloz que un rayo, apareció al otro extremo de la oficina con su clásico azafate y tres jugos surtidos encima, que juro por mi hija, no traía cuando lo vi.
Pero lo peor estaba por venir, y fue que, siguiendo la dieta que me había jugado mi pata de la oficina, comencé a adquirir a bajo costo (dos luquitas) y una calidad muy aceptable, unas super ensaladas de fruta que venden por la avenida Tacna, y como mis compañeros de trabajo me contemplaban engullirlas con placer, el antojo no tardó en expandirse, y días después, éramos varios los que consumíamos aquellos potajes bajos en calorías.
Así que ante tan justificadas razones (me dolió eso de “No seas huevón…”) acepté salir a correr al otro día a las 6 de la mañana con mi amiga Laurita.
***
Ya llevo diez días con esto de la “dieta” (pongo entre comillas la palabra dieta porque no estoy seguro de que lo que hago califique como una). Lo que hago, básicamente es: tomar como mierda de agua (dos litros diarios), comer menos, y controlar un poco lo que desayuno, almuerzo y ceno, tal es así que, he bajado la porción de arroz a la cuarta parte en todas mis comidas, no mezclo papa con arroz, le he bajado la azúcar a todos mis líquidos (normalmente le echaba 4 cucharadas de azúcar a mi taza de café, para que se hagan una idea), llevo un fin de semana sin consumir cerveza, y naturalmente quedaron prohibidos los panes de don Vittorino por las mañanas y las tardes.
No fue fácil abandonar la adicción que le tenía a aquellos deliciosos sanguchones y potentes jugos, pero tuve que hacerlo. De un momento a otro, y sin previo aviso, comencé a rechazar todos los ofrecimientos desayunezcos de don Vittorino, tanto por las mañanas, como por las tardes. Al principio don Vittorino aceptaba mi negativa de forma tranquila y resignada, pero al tercer día, el asunto ya parecía incomodarlo un poco, así que tragándose su orgullo y haciendo acopio de valor --me imagino--, me preguntó de forma educada, si es que me encontraba a dieta. “Así es don Vittorino, quiero bajar un poco la guata”, le dije en tono ameno y cordial, para que lo tomara de manera deportiva, “¿A dieta?”, repitió extrañado, y enseguida comenzó a mirarme de arriba abajo, luego de ello, añadió en tono burlón, “Pero dieta joven... ¡Ni que fuera usted mujer!”. No pude ni siquiera contestarle porque inmediatamente desapareció de mi lado, y con las mismas, más veloz que un rayo, apareció al otro extremo de la oficina con su clásico azafate y tres jugos surtidos encima, que juro por mi hija, no traía cuando lo vi.
Pero lo peor estaba por venir, y fue que, siguiendo la dieta que me había jugado mi pata de la oficina, comencé a adquirir a bajo costo (dos luquitas) y una calidad muy aceptable, unas super ensaladas de fruta que venden por la avenida Tacna, y como mis compañeros de trabajo me contemplaban engullirlas con placer, el antojo no tardó en expandirse, y días después, éramos varios los que consumíamos aquellos potajes bajos en calorías.
Y asi fue que, cuando don Vittorino aparecía en la oficina, nos encontraba muchas veces, saboreando ensaladas y yogurts, lo cual obviamente, chocaba directamente con sus intereses financieros, y como don Vittorino no era ningún cojudo, adivinó rápidamente, quien era el autor e impulsor de aquella repentina “moda Light” que habia inundado los pasillos de la oficina, y por lo mismo, comenzó a batirme pérfidamente y con saña, “Uy, allí está el joven que hace dieta, a él mejor ni le ofrezco”, “Tan varoncito que parecía y mírenlo ahora”, decía don Vittorino sin que yo pudiera contestarle nada, porque me siempre me agarraba recontra frío y a parte porque era imposible devolverle el sarcasmo ya que siempre desaparecía como flash. Pero el colmo de los colmos fue, cuando un día mientras me dirigía hacia la avenida Tacna a comprar un yogurt, un taxi color blanco por poco y me atropella, y cuando haciendo uso de toda mi agilidad, con un oportuno salto felino, logré esquivar aquel asesino obstáculo, pude escuchar a lo lejos, una carcajada macabra adentro del taxi, que estoy seguro pertenecía a don Vittorino.
Así que, como les digo, llevo diez saliendo a correr por las mañanas, haciendo dieta, y aguantando las pullas malintencionadas de algunos amigos infames y sobre todo de don Vittorino, el cual, ya intentó asesinarme (estoy seguro que era él). Yo me mantengo firme en la decisión de bajar este bulto horrible que adorna mi abdomen otrora plano, la vez pasada me pesé y la balanza marcó los mismos 84 kilos que tenía cuando empecé con todo esto, pero eso no me amilana, los expertos (aquellos que les alcanza la plata para pagar una buena dietista y asistir a un buen gimnasio) me han dicho que no me traume con eso, que los resultados recién se observarán en un mes, así que continuaré con esto hasta ese entonces, pero eso si, si llegado ese momento me subo de vuelta a la báscula y no he bajado ni un puto kilo, retomaré mi vida cervecera, sedentaria y llena de riquísimas grasas. Solo ruego a Dios, que si eso llegara a pasar, don Vittorino quiera para entonces, continuar fiándome sus deliciosos panes.
5 comentarios:
Creeme que me ha causado mucha risa este post, buenisimo. Pasare sin duda alguna nuevamente por aqui.
Atte Fernando Nerú.
Jaja.. Vale causa. Yo también he visitado tu blog y tus escritos son muy buenos. ¡Muchas gracias por visitar!...
En mi caso se llama Angelica, y sus potajes eran muy deliciosos, algo "carolinas", pero ricos. Hasta que hubo reestructuracion y salio a buscar porvenir en otros lares... como es el dicho: "no hay mal que por bien no venga"... aparentemente fue lo mejor para ella, ahora gana mucho mas, y trabaja menos.
Querido Jose, pase nuevamente por tu casa y la encontre deshabitada sin un nuevo inquilino, ya que queria reirme un rato, volvere...
Gracias poe el comentario en mi blog donde eres y serás bienvenido siempre estimado amigo.
Atte Fernando Nerú.
jaja q bueno amixxx pucho yo ahora a empezar acer dieta!!! tu sabes despues no entra el vi... jeje muy buena tu historia me ha echo reir un monton.
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